miércoles, 7 de diciembre de 2011

Madrid: Silla de Felipe II

El día de La Constitución iba a gozar de buen tiempo, así que planeamos este pequeño paseo junto con mi cuñada y mis sobrinos.


Salimos de casa a las 11:00 para dirigirnos a El Escorial y una vez allí nos fuimos a dejar el coche en la ermita de la Virgen de Gracia que se encuentra en el bosque de La Herrería. Se trata de un bosque de roble que en esta época del año se encuentra casi totalmente despojado de sus hojas.


Nuestra meta era la Silla de Felipe II que se encuentra a poco más de un kilómetro.


El camino resulta fácil, aún siendo subida, y además muy divertido: coger palos para ayudar a caminar, salirse del camino a investigar, saltar sobre las piedras... y como recompensa, sentarse en la silla desde la que (según cuentan) el rey Felipe II seguía las obras del monasterio de El Escorial.
   

De regreso otro kilómetro: esta vez de bajada.


El final del camino se convirtió en un divertido campo de batalla en el que los niños disfrutaron de lo lindo tirándose unos a otros montones de hojas y haciendo el ángel (como si de nieve se tratara).


domingo, 13 de noviembre de 2011

Ávila: Castañar de El Tiemblo

Miguel descubrió este lugar haciendo una de sus rutas de mountain bike. Vino tan encantado con el lugar que propuso esta salida como indispensable para hacer en familia en esta época del año.

Salimos el sábado por la mañana hacia El Tiemblo. Al llegar al acceso al castañar hay un control en el que hay que pagar por acceder: 2€ por persona mayor de 12 años y 6€ por vehículo. Se puede ahorrar el importe del vehículo si se toma un autobús que pone el ayuntamiento para llegar al castañar (sale a las horas en punto del control y a las medias horas del castañar de regreso al control).

El camino desde el control hasta el aparcamiento situado en el acceso al castañar lleva una media hora a través de una pista forestal. Si se decide ir con coche propio hasta el aparcamiento, es muy recomendable no llegar muy tarde ya que si no puede haber problemas de aparcamiento (nosotros llegamos sobre las 11:30 y ya había bastantes coches).

Aunque hay unas cuantas rutas, decidimos hacer la senda del castañar ya que está en torno a los 4-5 kilómetros y es una distancia accesible para las niñas.

Nada más entrar al castañar, se tiene la sensación de entrar en un mundo fantástico.


El otoño ha colocado una mullida alfombra ocre en el suelo, ha pintado el techo de amarillo y ha cubierto las rocas y troncos cortados con un precioso terciopelo verde intenso.


Cuando el viento mueve suavemente la copa de los árboles, cae una preciosa lluvia de hojas que parecen flotar hasta llegar al suelo y depositarse con sumo cuidado sobre el resto de hojas caídas. De vez en cuando cae con fuerza un erizo lleno de ricas castañas.


No hay palabras para describir la preciosidad que te rodea.

Sin darnos cuenta, estamos haciendo la ruta al revés que el resto de la gente: en el desvío en el que todo el mundo va a la derecha para llegar a 'El abuelo', nosotros hemos ido por el camino de la izquierda. Como la senda es circular, no supone ningún trastorno... es más, hicimos la senda prácticamente solos y pudimos disfrutar de todo lo que nos rodeaba con todo el silencio que dos niñas permiten.

Pensando en las castañas, fuimos con una bolsa de plástico en la que llegamos a recoger cerca de dos kilos de tan rico fruto. Saliéndose un poquito del camino y buscando sin demasiado esfuerzo, se encuentran castañas de muy buen tamaño. Eso sí, cuesta más de un pinchazo.


Ya terminando la ruta fuimos a ver el impresionante castaño centenario al que llaman 'El abuelo', para regresar al aparcamiento ya rodeados de mucha más gente. Sobretodo grupos de aficionados a la fotografía que desde luego tienen un filón en este lugar.

En total fueron unas dos horas de un paseo en el que no se podía dejar de admirar la maravilla que nos rodeaba. Desde luego un lugar para repetir en esta época del año.

Comimos en 'Casa Mariano' en El Tiemblo. Una cocina sencilla pero rica. Cuidado al pedir porque las raciones son enormes. Imprescindible reservar.

Ya de regreso en casa, pasamos la tarde asando y comiendo las castañas recogidas: para las niñas era la primera vez que las probaban.

Cuando llegábamos al pueblo vi varios carteles de los Toros de Guisando... y cuando regresábamos a Madrid vi un par de ellos más. Me quedé con las ganas de saber lo que era... habrá que esperar a la próxima ocasión (http://es.wikipedia.org/wiki/Toros_de_Guisando).


lunes, 17 de octubre de 2011

Guadalajara: Hayedo de Tejera Negra

Llevábamos casi un año esperando para hacer esta excursión en otoño. Es necesario realizar una reserva para hacer la visita ya que hay un cupo máximo de visitantes al día. La reserva es totalmente gratuita.
El otoño ha comenzado con un tiempo espléndido, y el domingo no fue una excepción.

Dado que vamos con las niñas, elegimos hacer la ruta corta: senda de carretas (6 km). La ruta se puede hacer con o sin guía (no hay pérdida porque está señalizada). Pero nosotros queríamos hacerla con el guía para recibir cuanta más información mejor.
Los guías parten del aparcamiento a las 11:00, 11:30 y 12:00 por las mañanas y como la ruta dura unas tres horas queríamos llegar cuanto antes mejor.
Salimos de Madrid sobre las 9:30, así que tuvimos que meter un poco de caña para poder llegar al guía de las 11:30... llegamos por los pelos... En la entrada del parque natural hay un control en el que te preguntan si tienes reserva (supongo que si te presentas sin reserva lo mismo te tienes que dar la vuelta porque el cupo del día esté lleno) y toman nota de las matrículas que entran. Desde el control hasta el aparcamiento no hay demasiada distancia, pero el camino es una pista por lo que hay que ir despacio.

La ruta comienza entre pinos y atravesando varios cauces que estaban secos, supongo que por las nulas lluvias caídas... o tal vez sólo lleven agua en primavera. Los cantos rodados de los cauces son de pizarra. El guía nos dio una explicación del por qué (no soy capaz de reproducirla, así que recomiendo guía en la ruta).
Las niñas buscaron rápidamente sendos palos para usar de bastón en la caminata.
Poco a poco, y en un ascenso muy suave, la vegetación va cambiando y pasan de predominar los pinos a hacerlo los robles... y más tarde comienzan a aparecer las hayas.
Los colores del otoño hacen del paseo un espectáculo de tonalidades verdes, marrones y amarillas.
Durante una subida algo más pronunciada, como a mitad del camino, el guía se desvió del sendero marcado para llevarnos a ver un tejo de unos 500 años. Una verdadera preciosidad que nos hubiera pasado desapercibida de no haber sido por él, ya que desde el sendero sólo se ve la copa y puede pasarse de largo fácilmente perdiéndose el espectáculo del majestuoso ejemplar.

Paisaje con tejo



Esta primera subida es una pequeña preparación para la siguiente gran subida que lleva hasta la pradera de Matarredonda. La subida merece realmente la pena. El paisaje desde allí arriba es una maravilla.






A partir de este punto, la senda comienza a bajar por lo que lo que resta de camino se hace sencillo y no requiere de gran esfuerzo.
En la bajada pudimos ver unos ejemplos de colmenares tradicionales… como los que vimos en La Hiruela.
La bajada lleva finalmente al aparcamiento.
Han sido tres horas en un entorno perfecto.
Pasadas las 15:00 llegamos a Cantalojas, donde comimos. Tras la comida emprendimos el regreso a Madrid, parando en Riaza a dar un paseo por su plaza


Enlaces de interés:

Reservas Hayedo de Tejera Negra: http://pagina.jccm.es/maydr/parques/forms/parqf001.php

domingo, 9 de octubre de 2011

Madrid: Museo de Ciencias Naturales-Parque del Buen Retiro


Pasar un día por Madrid siempre es divertido. Esta vez decidimos ir al Museo de Ciencias Naturales, lo que resultó todo un acierto.

Lo que más llamó la atención de las niñas fueron el calamar gigante, el esqueleto de ballena y, cómo no, los dinosaurios.

El museo tiene dos pabellones. El primero de ellos tiene una colección enorme de animales disecados y esqueletos: lobos, todo tipo de aves, mariposas, gorilas... Pero lo que resultó más espectacular para las niñas fue el pabellón donde se encuentran los dinosaurios.

Después de la visita nos fuimos a comer un cocido madrileño a La Daniela (absolutamente imprescindible reservar con antelación). Nos gusta pasar por este sitio al menos una vez al año.


Al terminar la comida, nos dirigimos al Parque del Buen Retiro para divertirnos un rato en el lago dando un paseo con las barcas y buscando patos a los que dar de merendar.

Por supuesto no faltó un buen mareo cuando remaban las niñas ya que la barca no dejaba de dar vueltas...



Un paseo por el parque siempre es entretenido: músicos, magos, títeres, pompas gigantes, payasos... es como un gran teatro al aire libre y muy barato.



Un sencillo día que deja un grato recuerdo.

domingo, 2 de octubre de 2011

Madrid: Buitrago del Lozoya-Monasterio de El Paular


Hacía tiempo que tenía ganas de visitar este pueblo. Buitrago del Lozoya lo he visto siempre desde la A-1 cada vez que iba o volvía de Santander y siempre me llamaba la atención su muralla y su torre del reloj.

La visita nos sorprendió muy gratamente. El pueblo se encuentra completa y doblemente abrazado por su muralla y por el río.




Pudimos disfrutar de una exposición de armas medievales en un marco perfecto aunque, desgraciadamente, no fue hasta que llegamos que descubrimos que se organizan unas visitas teatralizadas para las que es necesario hacer reserva previa y que seguro que suponen un aliciente importante sobre todo para los más pequeños... se intentará en otra ocasión.






Un simple paseo por la muralla es un placer y la fortaleza de los Mendoza una sorpresa.




Comimos en el restaurante 'La Muralla' en el que es aconsejable reservar previamente y en el que nos sorprendió su cocina.

Tras la rica comida, nos fuimos al monasterio de El Paular. No sólo es bonito su exterior,



 sino que su interior es espectacular.



Una vez fuera del monasterio, cruzamos el puente de El Perdón para dar un paseo hasta la zona de
recreo de Las Presillas. Es un paseo muy agradable que puede discurrir siempre por asfalto o a través de un pequeño robledal al que se puede acceder por una portilla de madera que se encuentra a mano derecha discurridos unos doscientos metros del camino asfaltado.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Madrid: La Hiruela

Llevábamos meses intentando visitar este pueblo de la sierra madrileña y parecía que siempre surgía algo que nos lo impedía. El sábado, por fin, parecía que los astros se habían alineado.


Habíamos quedado en el museo etnológico de La Hiruela a las doce menos cuarto con el guía que nos iba a acompañar. Llegamos bien de tiempo, así que tuvimos tiempo de visitar el museo antes de hacer la ruta. La visita merece la pena. Es pequeñito y entrañable. La mayoría de los objetos que allí se ven fueron cedidos por gente del lugar (el 70% según Miguel Ángel, el guía) y con ellos se ha representado una casa típica de la comarca.
Las rutas guiadas salen a las doce y a las cuatro de la tarde, así que llegada la hora y visto que no viene nadie más comenzamos el recorrido. La ruta que vamos a hacer se llama 'Los oficios de la vida' y la elegimos porque creemos que será la que más pueda atraer la atención de las niñas (tiene una longitud de dos kilómetros y medio).



Salimos del museo y nos dirigimos a la iglesia. Allí tomamos el sendero que sale por el lateral izquierdo de la iglesia que pasa por las huertas. En seguida comenzamos a entrar en el robledal. Estamos haciendo el camino que utilizaba el molinero con sus mulas para llegar al molino de agua. Los troncos de los robles están recubiertos de unos líquenes que certifican la calidad del aire del lugar ya que necesitan muy buena oxigenación para su crecimiento.



Lo primero que nos encontramos es el colmenar tradicional. Para entrar hay que atravesar una puerta estrecha y bajita. Dentro nos encontramos con las antiguas colmenas. Miguel Ángel nos explica que la gente del pueblo colocaba los troncos huecos, los atravesaba con palos que servían para colocar baldas en su interior y finalmente ponían el 'techo' de piedra. Para conseguir que fueran las abejas se ponía una reina y un poco de miel. Cada tronco se identificaba con unas placas metálicas en las que cada propietario ponía su distintivo. Importantísima era también la orientación: sur-este, es decir, mucho sol. Finalmente el colmenar se rodeaba de un nuro y las entradas se hacían pequeñas para evitar que los osos que habitaban la sierra entraran.


Salimos del colmenar para ir hacia el molino harinero. Por el camino nos encontramos con una curiosidad que nos explica Miguel Ángel: es como una cápsula que cuelga de la rama de un roble. La cápsula se llama galla y es el resultado de un pacto natural entre el roble y las larbas de un insecto. Las larbas son depositadas en el árbol y éste, para que no lo dañen, les construye una 'casa' para que maduren y salgan cuando hayan crecido.
Proseguimos el camino hasta llegar a una preciosa esplanada por la que pasa el río Jarama y en la que se encuentra el molino.

En la esplanada nos encontramos unas flores. Son azafrán y Miguel Ángel nos comenta que en el mes de Octubre se plaga de ellas.
Entramos en el molino que se ha restaurado con ayudas de la unión europea y de la comunidad de Madrid. Allí Miguel Ángel intenta poner en marcha el molino, pero el río baja con muy poco agua y no puede ser. Así que nos tenemos que conformar con ver un vídeo en el que se entrevista al último molinero (que aún vive) y se ve el molino en marcha. Miguel Ángel nos explica que sobre todo se molía centeno y cebada para el ganado, ya que el trigo no se da a ciertas altitudes.
Para conseguir trigo debían ir a otros lugares y cambiar carbón vegetal por trigo. Precisamente nos dirigiremos después a la carbonera.
Al salir del molino cruzamos el río Jarama y comenzamos a subir hacia la carretera. Por el camino hay unas vistas fenomenales del colmenar.
Para llegar a la carbonera hay que recorrer un tramo de la ruta por la carretera. Al llegar allí Miguel Ángel nos explica que cuando se hacía la poda se clasificaban los trozos de madera (cortados con hacha) por su tamaño, se montana un mástil y se comenzaban a apilar las maderas dejando una chimenea central. Una vez hecho el montón de roble, se cubría de arcilla y, con ayuda de escaleras, se echaba la mecha por el orificio superior de la chimenea. Se hacían perforaciones en la base para que circulara el aire y había que esperar veinte días durante los cuales tenía que estar noche y día una persona vigilando el color del humo que salía por los orificios de la base para saber si tenía que cerrar o abrir la chimenea.


Transcurrido el tiempo necesario, se separaba en carbón del brezo y se cargaba en mulas para llevarlo a Madrid. Un oficio muy durísimo que está en desuso.
Tras visitar la carbonera regresamos a La Hiruela atravesando un bosque de avellanos. Por el camino cogimos y comimos moras (era la primera vez que nuestras hijas las comían) además de cieruelas silvestres que Miguel Ángel consiguió tirar a base de bastonazos (buenísimas).
Era ya la hora de comer, así que fuimos a buscar un lugar. Por suerte conseguimos comer en 'Casa Aldaba'. Teníamos que haber reservado antes, así que recomiendo a quien se anime a ir que reserve al llegar.
Tras la comida nos apetecía dar otro paseo, así que decidimos hacer la ruta de la Fuente Lugar que es de kilómetro y medio.



El comienzo de la ruta es especialmente bonito:parece que los árboles se inclinaran sobre el camino quedando enlazadas las ramas de los de un lado del sendero con las de los del otro lado.

Luego llegamos a la Fuente Lugar que es un manantial natural en el que se encontraban los lavaderos que utilizaban las mujeres del pueblo en invierno por estar bien resguardado. Ahora los lavaderos los han reconstruido.




El camino nos lleva a cruzar un pequeño puente de madera para luego llevarnos paralelos a un río que ahora pasaba casi vacío. De nuevo volver a cruzar otro puente para finalmente llegar hasta el aparcamiento de La Hiruela.
Sin duda alguna un día espléndido.

Hay más rutas de las que se puede obtener información en el museo etnológico de La Hiruela.

martes, 30 de agosto de 2011

Canarias: Tenerife

Todos los años procuramos pasar una semana en un hotel cerca de la playa que se encuentre en un lugar en el que haya posibilidades de hacer alguna visita interesante. Este año elegimos Tenerife como nuestro destino. Estuvimos en costa Adeje, en un hotel al lado de la playa del Duque. Es un lugar tranquilo, con un paseo marítimo precioso y con lugares muy agradables donde poder sentarse a tomar algo. Por las noches hay terrazas con música en vivo y restaurantes muy coquetos que, con las niñas, no pudimos probar... hubiéramos roto el encanto a las parejitas románticas que solían estar.

La playa del Duque es gris, digo gris porque ni es dorada ni negra, y tiene unas muy buenas dimensiones.

Recorriendo el paseo marítimo dirección a La Caleta, se llega a una extensa playa de piedras y, al final de ésta, aparece un paisaje sorprendente. No sé quién comenzaría a hacerlo ni por qué se contagió la gente para repetirlo, pero el resultado resulta al menos curioso. Aparecen torres de piedras en perfecto equilibrio. A mí me resultaba casi hasta espiritual, y está claro que algo parecido le pasa a todo el mundo cuando se respeta. Algunas torres eran sencillas, pero algunas tenían alturas considerables con equilibrios imposibles. La verdad es que era un placer pasear con sumo cuidado entre ellas dejándose sorprender a cada rato.


En estas semanas de hotel, que para mí son realmente mi descanso estival (ya que no me tengo que preocupar de comidas ni de recoger la casa), solemos reservar tres días para hacer excursiones. Y este año no iba a ser menos.

La verdad es que la isla tiene mucho que ofrecer y, tras obtener un montón de información, tuvimos que seleccionar lo que nos podía dar tiempo y la edad de las niñas nos permitía hacer (por ejemplo, nos quedamos con las ganas de entrar en la cueva de los vientos, pero los niños tienen que tener seis años o más... y nosotros tenemos una de tres).

Nuestro primer día de excursión iba a resultar el más intenso. Salimos del hotel después de desayunar y nos dirigimos al norte por la autopista hasta llegar a La Laguna.

Nuestro primer destino eran las montañas Anaga. La zona norte de la isla es húmeda y muy verde. De hecho teníamos la sensación de estar circulando por alguna de las carreteras de montaña de la cordillera cantábrica. Aunque las montañas son diferentes, aquí me parecían más salvajes y escarpadas y más cubiertas de vegetación. La carretera es complicada: no es muy ancha y las curvas no dan ni media tregua. No es muy apto para gente que se marée con facilidad. Pero el paisaje es excepcional y realmente merece la pena.
La carretera llega hasta Taganana y desde allí vamos a Benijo para ver los roques que hay en el mar. Un verdadero espectáculo que nos brinda la naturaleza.

Tras disfrutar del paisaje, regresamos por donde vinimos (la carretera termina en Benijo) para visitar el casco histórico de La Laguna. Lo primero que tuvimos que hacer nada más llegar allí fue buscar un lugar donde comer. La suerte nos llevó a un bar con restaurante donde comimos a las mil maravillas y en el que se encontraba un cocinero de Salamanca que en sus tiempos jóvenes había jugado al fútbol por Cantabria. Al salir de allí nos fuimos a recorrer La Laguna. Es una ciudad con estilo colonial en la que es muy agradable pasear. Sus edificios conservan el sabor de otros tiempos.




Luego nos dirigimos a La Orotava. Una ciudad muy del estilo a La Laguna, pero está llena de empinadas cuestas ya que se encuentra en la ladera de una montaña.

Ya de regreso al hotel, cogimos la carretera que atraviesa la isla para recorrer el valle de La Orotava. Lo cierto es que no vimos mucho porque las nubes lo tapaban todo... hasta que las pasabas y dejaban un precioso mar de nubes a nuestros pies. La carretera pasa por el parque nacional de las Cañadas del Teide, así que pudimos tomar un primer contacto con lo que nos esperaría al día siguiente.



  

Como ya he dicho, la mañana siguiente nos dirigimos hacia el Teide para subir en el teleférico.

Aunque no llegamos tarde, tuvimos que esperar una considerable cola para poder subir. El teleférico impresiona un poquito, sobre todo cuando pasa por las torres que sugetan el cable porque se balancea... menos mal que nos avisaron.

El cambio de temperatura arriba es brutal: pasamos de estar a unos 25ºC a estar a 9ºC. Nosotros íbamos algo preparados, aunque algo más no hubiera estado mal. Una vez allí y superado el cambio térmico, nos dirigimos hacia el mirador de La Fortaleza. El camino está bastante acondicionado y no resulta demasiado complicado. Las vistas son preciosas e impresiona ver alguna de las rocas que en su día lazó el volcán.

Hay otras dos rutas para hacer allí arriba. Una de ellas es subir hasta el mismo pico del Teide. Para ello es necesario sacarse un permiso. Me arrepentí de no haberlo hecho porque aunque en la página web indica que es una ruta de dificultad alta, creo que en realidad la dificultad radica en la altitud en la que uno se encuentra. De hecho había gente que subía con niños. ¡Y pensar que no lo saqué por miedo!
La bajada en el teleférico no es menos impresionante.



Una vez abajo, nos fuimos a comer al parador nacional que se encuentra muy cerquita. Al terminar nos fuimos con el coche a ver las lavas negras y los roques de García y de allí nos dirigimos a Vilaflor. Nuestra intención era ir a ver el paisaje lunar pero, al llegar al pueblo y preguntar dónde comenzaba la ruta, una mujer no nos aconsejó hacerlo con las niñas a la hora que era. Así que lo tuvimos que dejar para mejor ocasión.


El tercer y último día de excursiones lo dedicamos a la costa sur-oeste de la isla. Nuestro primer destino fue Los Gigantes. Allí teníamos reservada una excursión en barco de dos horas de duración para ver las ballenas piloto y los acantilados desde el mar. Nos embarcamos en el hermano pequeño del Nashira-Uno y lo primero que hicimos fue adentrarnos en el mar hasta que la profundidad era de unos mil metros. Allí es donde se pueden ver las ballenas. ¡Y las vimos!. Las primeras que vimos eran una madre con su cría, luego aparecieron más y llegamos a ver hasta cinco. Fue emocionante ir de lado a lado de la embarcación para ver los mamíferos.




Después de un tiempo nos dirigimos hacia los acantilados. Son realmente impresionantes y preciosos. Llegamos a la bahía de Masca. Allí el barco para y, quien quiera, puede darse un baño. Mientras tanto la tripulación prepara la comida: una paella con pollo, bebida y unos plátanos de postre. Finalmente se regresa a puerto.






Desde Los Gigantes vamos hacia Masca. La carretera es aún peor que la de las montañas de Anaga. Pero al igual que en ese caso, el paisaje es directamente proporcional al número de curvas. Parece increíble que los antiguos pobladores consiguieran llegar hasta allí.


viernes, 12 de agosto de 2011

Palencia: Quintanas de Hormiguera

Todos los veranos vamos entorno a diez días a Quintanas de Hormiguera.

Es un pequeño pueblo situado en el norte de Palencia, rozando Cantabria.

Allí compraron mis padres una casa que han ido arreglando poco a poco y que han llegado a convertir en un lugar de descanso y relajo,
lejos de los ruidos y las prisas de la ciudad.


Allí se dispone del tiempo para disfrutar viendo como el paso de los días hace madurar una fresa, conversando con Lucas, visitando a Fernando y Alicia que tienen los únicos columpios del pueblo, paseando por el campo intentando ver alguno de los corzos que a veces bajan del monte a los campos de cereales o simplemente observando cómo una pareja de golondrinas alimenta a sus polluelos.

Mi padre tiene una huerta en la que las niñas han aprendido de dónde salen los tomates, los pimientos, las cebollas o las lechugas. Gracias a la huerta comemos unas ensaladas de primera... y los huevos de las gallinas de Lucas están para chuparse los dedos.

Aquí se tiene la oportunidad de observar el precioso jardín que la naturaleza misma puede ofrecer.


Muy cerca de Quintanas de Hormiguera se encuentra Villanueva de Henares. Un pueblo más grande y con grandes casas de piedra con preciosos escudos. En este lugar se pueden encontrar varias casas rurales.


Hay un camino que une a ambos pueblos atravesando los campos de labranza. Este camino tiene un desvío que lleva a los pies de Villanueva de Henares, donde se encuentra el menhir de Sansón. Existe una ruta que recorre estos menhires situados entorno a esta zona.



Existe otro camino que une a ambos pueblos a través del monte.





El camino atraviesa un precioso robledal que posteriormente se convierte en hayedo y en el que también se pueden observar acebos y avellanos. Es un paseo precioso en el que los niños pueden disfrutar viendo pequeños insectos, setas o huellas de los corzos que viven en el monte. El monte sigue sirviendo a los habitantes de ambos pueblos para surtirse de leña para el invierno.





Cerca del pueblo se pueden visitar lugares interesantes. Uno de ellos es la iglesia rupestre de Olleros de Pisuerga. Cuando se ve por fuera uno no se puede imaginar el precioso interior que le espera.





 
La piedra ofrece unas preciosas tonalidades ocres que decoran las paredes casi más de lo que pudieran decorar unas pinturas. Es impresionante el trabajo que ha debido llevar llegar a perforar la roca para convertirla en lo que ahora es.

Algo que me llamó mucho la atención es un precioso púlpito de madera tallada decorado con pinturas de vivos colores.





Otra muy recomendable visita es la de la villa romana 'La Olmeda'. Aparte de poder observar la distribución que tenía, lo más interesante es que podemos ver en su lugar original los mosaicos que cubrían los suelos de las zonas nobles de la vivienda.



Su estado de conservación es buenísimo. La visita guiada es aconsejable y se pueden escuchar perfectamente todas las explicaciones porque el guía lleva un micrófono y cada visitante su propio receptor.

Después de la visita se proyecta un vídeo con una reconstrucción tridimensional de la villa además de una recreación de su descubrimiento.




Cerca de la villa se encuentra Seseña. Un pueblo que también merece la pena visitar: la plaza vieja, la casa torcida...



Una preciosa excursión es subir a Las Tuerces.

Es una ciudad encantada en pequeña escala. Se llega en coche hasta Villaescusa de las Torres y allí se toma el camino que sube hasta la parte alta de la montaña que es donde se encuentran Las Tuerces.

El pueblo nos sorprendió: la iglesia es preciosa y hay un montón de casas que están rehabilitando con mucho gusto.

Según se toma altura se puede ver el río Pisuerga discurriendo a sus pies y, una vez arriba, se puede disfrutar con las caprichosas formas que el tiempo y la erosión han querido dar a las rocas.




Muy cerca de Quintanas está Aguilar de Campoo: la ciudad con olor a galletas. Con su castillo, su iglesia, su plaza, su colegiata, su monasterio... Un lugar donde poder ir al cine, sentarse en una terraza a tomar algo o ir a un parque con los niños.







Enlaces de interés: