lunes, 8 de octubre de 2012

Navarra: Bárdenas Reales


Vi por primera vez este lugar en un pequeño reportaje sobre los parques naturales españoles. Más tarde volví a verlo en un vídeo de bicicletas de montaña. Me pareció un lugar impresionante, así que comencé a buscar información para ir a conocerlo.


El viernes por la tarde recogimos a las niñas del colegio y salimos hacia Arguedas donde habíamos alquilado el apartamento rural 'Castildetierra'. El viaje desde Madrid es largo, así que llegamos ya de noche y con el tiempo justo para preparar algo de cena e irnos a dormir. Había que descansar porque al día siguiente teníamos una buena caminata.

Llevábamos el GPS de Miguel donde había cargado el track que más nos había gustado de todos los que nos habíamos encontrado de las Bárdenas Reales en Wikiloc (http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=2288842). Pero no uno cualquiera, teníamos claro que queríamos pisar el precioso paso de los ciervos (también conocido como la arista bonita) que habíamos visto en el vídeo.

Como la ruta era de unos 8 km y no sabíamos el tiempo que íbamos a tardar con las niñas, nos preparamos para pasar todo el día fuera. Metimos en las mochilas algunos frutos secos y tortitas de maíz para media mañana, los bocadillos para la comida, unos batidos y mucha agua. Inés, la dueña del apartamento donde nos hospedábamos, nos advirtió de la necesidad de llevar mucha agua... y menos mal que lo hicimos porque allí se bebe un montón.

Salimos de Arguedas hacia el parque natural. Paramos en el centro de visitantes para ver si podíamos coger más información de otras rutas.

Lo primero que hicimos fue ir a ver el famoso Castildetierra: la imagen de las Bárdenas Reales. El paisaje nos sorprendió mucho. Estábamos en pleno desierto y los colores y las formas parecían trasportarnos a lugares más lejanos. Pero aún no habíamos visto nada.


Nos dirigimos hacia el punto de partida de nuestra ruta. Dejamos el coche en un lugar apto para ello y echamos a andar.


La ruta comienza siendo un paseo muy sencillo en el que básicamente se llanea. Poco a poco se nota como nos vamos adentrando entre las caprichosas formas que la erosión crea en el terreno. Empiezan a aparecer algunas subidas y bajadas que hacen que vayamos un poco más despacio porque a las niñas no les resultan sencillas (sus piernas son más cortas y les cuesta más).

Por el camino van recogiendo un montón de caracoles blancos que van encontrando.

Nos llama la atención que las laderas brillan. Nos acercamos y podemos ver que según el agua va erosionando la tierra, quedan al descubierto unas láminas más duras y brillantes que parecen (seguro que es otra cosa) cuarzo.

Es sorprendente como una simple piedra puede proteger el terreno que tiene debajo impidiendo que el agua lo arrastre.

Llegamos a la bajada complicada de la ruta. Es bastante pronunciada y tiene canto suelto, así que hay que aminorar la marcha. Las niñas se pegan un par de buenos resbalones. Como las llevamos de la mano casi nos hacen caer. Al final de la bajada nos espera un estrecho y serpenteante paso entre las laderas que parece un laberinto. Seguramente cuando llueve se convierte en un verdadero río ya que los surcos de las montañas parecen verdaderos canalones que vierten allí sus aguas.

Al salir de esta zona falta poco para llegar al punto más complicado de la ruta, especialmente si se va con niños.

Hay que subir por unas 'escaleras' de cemento hasta un antiguo puesto de vigilancia militar. Las escaleras las entrecomillo porque hay un trozo en el que casi han desaparecido al cubrirse de tierra y hay otro trozo en el que se han roto por la erosión que se ha producido en el terreno donde se apoyaban. La subida es empinada y estrecha y, salvo la propia ladera, no hay punto de seguridad donde sujetarse. El truco es 'tumbarse' en la ladera con el niño por la parte del interior y subir despacito y asegurando bien cada pisada.

Una vez arriba las vistas son impresionantes.

Seguimos nuestro camino hacia el Pizkerra.


Antes de llegar nos espera una nueva subida complicada. Hay que subir por una arista que tiene excavada en ella misma una especie de escalones. Después de la subida anterior, esta no nos pareció tan difícil. Llegados arriba nos encontramos a escasa distancia del Pizkerra pero no lo subimos (aunque habíamos encontrado rutas que sí lo hacían) porque nos pareció demasiado duro para las niñas.

Subida por la arista con el puesto de vigilancia al fondo

Proseguimos hasta llegar a nuestro más esperado paraje: el paso de los ciervos. Precioso. Con el Rallón a la vista. Una bajada preciosa. ¿He dicho precioso otra vez?, bueno es inevitable. Decididamente las dos subidas anteriores merecen la pena.

Paso de los ciervos con el Rallón de fondo

Paramos al final de la bajada para comer nuestros bocadillos y descansar un rato. En realidad ya habíamos hecho la parte más bonita de la ruta. Después de reponer fuerzas, el camino nos iba sacando del meollo de la bárdena para terminar el recorrido circular regresando al coche por el exterior de la misma. El regreso es más aburrido pero se va todo el rato llaneando, cosa que las niñas agradecieron enormemente porque ya iban cansadas. 

El parque cuenta con rutas aptas para vehículos pero, después de nuestra experiencia, el que quiera realmente conocer las Bárdenas Reales debe bajarse del coche, echarse una mochila con bien de agua dentro y lanzarse a caminar por su interior. Desde fuera se puede adivinar, pero no es sino dentro donde se puede admirar.

Eso sí, con un GPS en mano porque desde luego nosotros no vimos señalización alguna salvo algunas piedras amontonadas en ciertos puntos del recorrido que parecían marcarlo.

Regresamos a nuestro apartamento para darnos una bien merecida ducha, enfundarnos los pijamas y sentarnos a ver un rato la tele antes de cenar y acostarnos.

Al día siguiente dejamos Arguedas para ir a Olite.


El castillo de esta localidad navarra es impresionante. Uno se siente como en un cuento de hadas. Es una verdadera maravilla. Las niñas lo disfrutaron muchísimo.
  




Recomiendo coger una audio guía para poderse enterar de algunos detalles que si no pasan desapercibidos, como las marcas de las piedras de sillería que cada cantero hacía a sus piedras.







Al lado del castillo está la iglesia de Santa María Real con una portada impresionante y que conserva aún restos de las pinturas que la decoraban antaño.


Tras caminar por sus calles, dejamos Olite para ir a visitar Ujué. Allí habíamos reservado para comer en el mesón Las Torres. Comimos las típicas migas de pastor, especialidad de la casa y riquísimas, unos espárragos y un solomillo a la brasa que estaba espectacular.

Ujué desde las ruinas de la ermita de San Miguel

Para comer en este sitio hay que reservar con antelación, sobre todo si se quiere comer al lado del mirador que tienen en uno de sus salones.


Después de la comida nos fuimos a pasear por esta bonita localidad medieval en la que destaca su iglesia-fortaleza.
  



Durante el paseo nos vimos envueltos en el dulce aroma del caramelo con el que se bañan las almendras.

En Ujué, además de las migas de pastor, son típicas las almendras garrapiñadas.

No pudimos resistirnos a la tentación y terminamos nuestro paseo degustando esta rica especialidad.