La visita a Lisboa era la más esperada por mí. Desde
hace muchos años tenía muchísimas ganas de ir... mi temor era que me
decepcionara por las expectativas que yo misma me había fabricado... pero no
fue así en absoluto.
Nos acercamos a Lisboa en nuestro coche y lo dejamos
en un parking que se encuentra en la Plaza del Municipio. Nos dirigimos a la
Plaza del Comercio.
Me impresionó su tamaño y no pude evitar acordarme de la
Plaza de San Marcos en Venecia. Sí, ya lo sé... está claro que mi mente hace
asociaciones extrañas... o tal vez no tanto: ambas son plazas grandes y
abiertas por uno de sus lados al agua... hasta ahí la similitud.
En la Plaza del Comercio hay una oficina de turismo
donde entramos a preguntar algunas cosas. También hay una boca de metro, donde
entramos para comprar una tarjeta que vale para un día completo y sirve para
metro, tranvía, elevadores y funiculares. La tarjeta nos vino fenomenal. Nada
más salir de la boca de metro nos fuimos directos a estrenarla en el tranvía...
las niñas estaban emocionadas. Nuestra primera visita sería el castillo de San
Jorge.
El tranvía estaba abarrotado y no sabíamos muy bien
dónde bajar. Los portugueses son muy amables, y una mujer nos indicó dónde
hacerlo. El barrio que rodea el castillo es como un pueblito... no se tiene la
sensación de estar en una capital europea.
Para comprar la entrada que permite entrar en el
castillo había una cola enorme. Menos mal que unos turistas ingleses (al menos
se dirigieron a nosotros en ese idioma) nos informaron que las familias con
niños pequeños no tenían que hacer cola. Bastó indicárselo al guardia de
seguridad de la puerta y nos pasaron por otro sitio para pagar las entradas...
¡menudo detalle!
Las vistas desde el castillo son preciosas.
Al salir del castillo nos fuimos caminando hasta el
mirador Puerta do Sol donde volvimos a coger el tranvía para dirigirnos a
Alfama.
Este barrio es también muy peculiar, con sus casitas antiguas y sus
calles estrechas.
Comimos en este barrio en un restaurante llamado Alfama Grill
(Rua da Regueira nº 26) que tenía una terraza en el exterior. Comimos pescado a
la brasa: sardinas (cómo no), dorada y chicharro... a cuál más delicioso.
Después de comer nos dimos una vuelta por el barrio.
Lo cierto es que acabamos
perdidos intentando llegar al Panteón Nacional, así que nos dirigimos hacia el
río, encontramos una parada de autobús y lo cogimos para regresar de nuevo a la
Plaza del Comercio. Desde allí nos fuimos a Chiado a pasear y comernos un
helado.
Ya por la tarde hicimos nuestra cola para subir en
el elevador de Santa Justa. Una vez arriba, subimos las escaleras de caracol
hacia el mirador: fantástico. Recomiendo ir por la tarde porque el sol no da de
frente cuando miras hacia la catedral y el castillo (lo que permite hacer fotos
bonitas).
Bajamos del mirador por las mismas escaleras de
caracol y cruzamos la pasarela que conduce al Barrio Alto. Paseamos un poco por
allí y volvimos a bajar, esta vez utilizando el funicular da Gloria que nos
dejó en la Plaza Rossio.
Las niñas estaban cansadas, así que decidimos
terminar el día cogiendo el tranvía 28 y realizando el recorrido completo. Así
pudimos ver la Basílica da Estrela.
Tras el viajecito, regresamos al hotel. Lo que
quedaba por visitar lo veríamos otro día.
Regresamos a Lisboa a los dos días. Esta vez nos
quedamos en la zona de la Torre de Belém. Aparcamos cerca de la torre y fue lo
primero que visitamos.
Luego nos fuimos al Monasterio de los Jerónimos.
La
cola era enorme, pero aquí no había 'privilegios' para nadie. Tuvimos que
armarnos de paciencia, pero el claustro es una preciosidad.
Si sólo se quiere
visitar la iglesia, no es necesario hacer la cola.
Por supuesto no íbamos a dejar pasar la oportunidad
de probar los pasteles de Belém. La pastelería está cerca del monasterio. La
cola era también muy larga, pero encontramos mesa en el interior para poder
disfrutar de los deliciosos pasteles calentitos.
Finalizamos nuestra visita en el monumento a los
descubridores.
Definitivamente me encantó Lisboa. Tiene un encanto
especial.