La tregua que daba la
lluvia anuncia para el día de Todos los Santos la aprovechamos para repetir la
visita que ya hicimos el año pasado al castañar de El Tiemblo.
No por ya conocerlo
la sensación es distinta. El bosque es una maravilla y desde luego sigue
pareciéndome que detrás de una roca puede asomarse un duende en cualquier
momento.
Este año hemos venido
al castañar antes y eso se nota: hay mejores castañas, aún no se ha cubierto el
suelo con una tupida capa de hojas secas y los árboles aún están bastante
verdes.
Esta vez hicimos la
ruta pasando en primer lugar por ‘El Abuelo’. Tenemos la sensación de que hemos
dado la vuelta por otro sendero porque el año pasado no pasamos por las
praderas y el arroyo que vimos este año.
Esta vez vimos
también otros castaños tan espectaculares como ‘El Abuelo’. Lo más llamativo de
ellos eran sus troncos marcados por grandes surcos que asemejan las profundas
arrugas de la cara de la gente mayor que ha vivido toda su vida en el campo y ha
pasado mucho tiempo a la intemperie.
Como ha llovido
tanto, vimos bastantes setas.
La que más nos sorprendió fue la típica seta de
enanitos: roja con puntitos blancos. Desde luego no entendemos de setas y,
aunque ninguna parecía comestible, ésta menos que ninguna. Eso sí, fue un
precioso regalo para la vista.
También repetimos restaurante: 'Casa Mariano' en El Tiemblo. Dada la cantidad de las raciones, se puede compartir cada plato por dos personas comiendo perfectamente y resultando muy económico. Imprescindible reservar.
Lo que sí hicimos
esta vez fue pasarnos a ver los Toros de Guisando. Se trata de cuatro
esculturas realizadas por un pueblo eminentemente ganadero: los vettones. Estos
toros se encontraban distribuidos por los pastos y se piensa que probablemente
fueron reunidos en su ubicación actual en época romana para formar parte de un
monumento conmemorativo (en uno de los toros se encuentra la siguiente
inscripción: ‘LONGINUS PRISCO. CATAETQ. PATRI.F.C.’ – ‘Longino lo hizo a su
padre Prisco de los Calaetios’).
Este lugar fue
también el escenario en el que el rey de Castilla Enrique IV nombró a su
hermana Isabel (La Católica) princesa de Asturias y, por tanto, la heredera del
trono de Castilla.