Vi por primera vez
este lugar en un pequeño reportaje sobre los parques naturales españoles. Más
tarde volví a verlo en un vídeo de bicicletas de montaña. Me pareció un lugar
impresionante, así que comencé a buscar información para ir a conocerlo.
El viernes por la
tarde recogimos a las niñas del colegio y salimos hacia Arguedas donde habíamos
alquilado el apartamento rural 'Castildetierra'. El viaje desde Madrid es
largo, así que llegamos ya de noche y con el tiempo justo para preparar algo de
cena e irnos a dormir. Había que descansar porque al día siguiente teníamos una
buena caminata.
Llevábamos el GPS de
Miguel donde había cargado el track que más nos había gustado de todos los que
nos habíamos encontrado de las Bárdenas Reales en Wikiloc (http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=2288842). Pero no uno
cualquiera, teníamos claro que queríamos pisar el precioso paso de los ciervos
(también conocido como la arista bonita) que habíamos visto en el vídeo.
Como la ruta era de
unos 8 km y no sabíamos el tiempo que íbamos a tardar con las niñas, nos preparamos
para pasar todo el día fuera. Metimos en las mochilas algunos frutos secos y
tortitas de maíz para media mañana, los bocadillos para la comida, unos batidos
y mucha agua. Inés, la dueña del apartamento donde nos hospedábamos, nos
advirtió de la necesidad de llevar mucha agua... y menos mal que lo hicimos
porque allí se bebe un montón.
Salimos de Arguedas
hacia el parque natural. Paramos en el centro de visitantes para ver si
podíamos coger más información de otras rutas.
Lo primero que
hicimos fue ir a ver el famoso Castildetierra: la imagen de las Bárdenas
Reales. El paisaje nos sorprendió mucho. Estábamos en pleno desierto y los
colores y las formas parecían trasportarnos a lugares más lejanos. Pero aún no
habíamos visto nada.
Nos dirigimos hacia
el punto de partida de nuestra ruta. Dejamos el coche en un lugar apto para
ello y echamos a andar.
La ruta comienza
siendo un paseo muy sencillo en el que básicamente se llanea. Poco a poco se
nota como nos vamos adentrando entre las caprichosas formas que la erosión crea
en el terreno. Empiezan a aparecer algunas subidas y bajadas que hacen que
vayamos un poco más despacio porque a las niñas no les resultan sencillas (sus
piernas son más cortas y les cuesta más).
Por el camino van
recogiendo un montón de caracoles blancos que van encontrando.
Nos llama la atención
que las laderas brillan. Nos acercamos y podemos ver que según el agua va
erosionando la tierra, quedan al descubierto unas láminas más duras y
brillantes que parecen (seguro que es otra cosa) cuarzo.
Es sorprendente como
una simple piedra puede proteger el terreno que tiene debajo impidiendo que el
agua lo arrastre.
Llegamos a la bajada
complicada de la ruta. Es bastante pronunciada y tiene canto suelto, así que
hay que aminorar la marcha. Las niñas se pegan un par de buenos resbalones.
Como las llevamos de la mano casi nos hacen caer. Al final de la bajada nos
espera un estrecho y serpenteante paso entre las laderas que parece un
laberinto. Seguramente cuando llueve se convierte en un verdadero río ya que
los surcos de las montañas parecen verdaderos canalones que vierten allí sus
aguas.
Al salir de esta zona
falta poco para llegar al punto más complicado de la ruta, especialmente si se
va con niños.
Hay que subir por unas 'escaleras' de cemento hasta un antiguo
puesto de vigilancia militar. Las escaleras las entrecomillo porque hay un
trozo en el que casi han desaparecido al cubrirse de tierra y hay otro trozo en
el que se han roto por la erosión que se ha producido en el terreno donde se
apoyaban. La subida es empinada y estrecha y, salvo la propia ladera, no hay
punto de seguridad donde sujetarse. El truco es 'tumbarse' en la ladera con el
niño por la parte del interior y subir despacito y asegurando bien cada pisada.
Una vez arriba las
vistas son impresionantes.
Seguimos nuestro
camino hacia el Pizkerra.
Antes de llegar nos espera una nueva subida
complicada. Hay que subir por una arista que tiene excavada en ella misma una
especie de escalones. Después de la subida anterior, esta no nos pareció tan
difícil. Llegados arriba nos encontramos a escasa distancia del Pizkerra pero
no lo subimos (aunque habíamos encontrado rutas que sí lo hacían) porque nos
pareció demasiado duro para las niñas.
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Subida por la arista con el puesto de vigilancia al fondo |
Proseguimos hasta
llegar a nuestro más esperado paraje: el paso de los ciervos. Precioso. Con el
Rallón a la vista. Una bajada preciosa. ¿He dicho precioso otra vez?, bueno es
inevitable. Decididamente las dos subidas anteriores merecen la pena.
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Paso de los ciervos con el Rallón de fondo |
Paramos al final de
la bajada para comer nuestros bocadillos y descansar un rato. En realidad ya
habíamos hecho la parte más bonita de la ruta. Después de reponer fuerzas, el
camino nos iba sacando del meollo de la bárdena para terminar el recorrido
circular regresando al coche por el exterior de la misma. El regreso es más
aburrido pero se va todo el rato llaneando, cosa que las niñas agradecieron
enormemente porque ya iban cansadas.
El parque cuenta con
rutas aptas para vehículos pero, después de nuestra experiencia, el que quiera
realmente conocer las Bárdenas Reales debe bajarse del coche, echarse una
mochila con bien de agua dentro y lanzarse a caminar por su interior. Desde
fuera se puede adivinar, pero no es sino dentro donde se puede admirar.
Eso sí, con un GPS en
mano porque desde luego nosotros no vimos señalización alguna salvo algunas
piedras amontonadas en ciertos puntos del recorrido que parecían marcarlo.
Regresamos a nuestro
apartamento para darnos una bien merecida ducha, enfundarnos los pijamas y
sentarnos a ver un rato la tele antes de cenar y acostarnos.
Al día siguiente
dejamos Arguedas para ir a Olite.
El castillo de esta localidad navarra es
impresionante. Uno se siente como en un cuento de hadas. Es una verdadera
maravilla. Las niñas lo disfrutaron muchísimo.
Recomiendo coger una
audio guía para poderse enterar de algunos detalles que si no pasan
desapercibidos, como las marcas de las piedras de sillería que cada cantero
hacía a sus piedras.
Al lado del castillo
está la iglesia de Santa María Real con una portada impresionante y que conserva aún
restos de las pinturas que la decoraban antaño.
Tras caminar por sus
calles, dejamos Olite para ir a visitar Ujué. Allí habíamos reservado para
comer en el mesón Las Torres. Comimos las típicas migas de pastor, especialidad
de la casa y riquísimas, unos espárragos y un solomillo a la brasa que estaba
espectacular.
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Ujué desde las ruinas de la ermita de San Miguel |
Para comer en este
sitio hay que reservar con antelación, sobre todo si se quiere comer al lado
del mirador que tienen en uno de sus salones.
Después de la comida
nos fuimos a pasear por esta bonita localidad medieval en la que destaca su
iglesia-fortaleza.
Durante el paseo nos
vimos envueltos en el dulce aroma del caramelo con el que se bañan las
almendras.
En Ujué, además de las migas de pastor, son típicas las almendras
garrapiñadas.
No pudimos resistirnos a la tentación y terminamos nuestro paseo
degustando esta rica especialidad.