Palma nos pareció un
auténtico hervidero de gente. En el resto de la isla habíamos encontrado
bastantes turistas, pero no tantos como en la capital. Los alrededores de la
Catedral y la Almudaina están llenos de figuras vivientes, caricaturistas y
vendedores de todo tipo.
Subimos las escaleras
que conducen a la catedral y en la plaza nos encontramos con coches de caballos
que se alquilan para dar un paseo. Mi hija mayor es una enamorada de los
caballos así que, después de regatear un poco con el conductor, nos subimos. El
paseo por el casco antiguo de la ciudad fue muy agradable y las niñas
disfrutaron muchísimo.
Recorrimos la calle
del Palacio Real pasando frente al parlamento balear y el ayuntamiento,
callejeamos hasta aparecer detrás de la iglesia de Santa Eulalia y regresamos a
la catedral.
Tras el paseo nos
dispusimos a ver la ciudad con más detenimiento a pie. La verdad es que nuestra
intención era entrar en el palacio de la Almudaina, pero la entrada nos pareció
carísima (9€ por persona) y mucho más teniendo en cuenta lo que acabábamos de
pagar por el paseo a caballo. La verdad es que la isla en general nos pareció
muy cara.
Finalmente hicimos la
visita mirando los edificios desde fuera. Para lo único que pagamos fue para
ver los baños árabes que eran 2€ los adultos y los niños gratis.
Palma está llena de
preciosos edificios y antiguos palacios que dejan ver sus bonitos patios. Sus
estrechas calles tienen un encanto especial así como la muralla que rodea la
ciudad.
Pasear por el Parque
de la Mar ofrece unas estupendas vistas del perfil más característico de la
capital.
Los jardines que se
encuentran en la parte baja de la Almudaina resultaron un oasis de frescor en
el día tan caluroso en el que hicimos la visita.
Merece especialmente
la pena cruzar la avenida de Antonio Maura y adentrarse por las calles de esta
parte de la ciudad hasta la plaza Drassana. Esta zona no está tan masificada y
se puede disfrutar más tranquilamente.
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