Hacía bastantes años
que no ibamos por allí. Creo que la última vez que estuvimos no estábamos aún
casados... Como Miguel tenía que pasar a recoger su dorsal (al día siguiente
participaba en una prueba de enduro), aprovechamos para pasar el día en Patones.
Dicen que es uno de los pueblos más bonitos de la Sierra Norte madrileña. Yo lo que puedo decir es que a mí me encanta.
Patones tiene una
característica curiosa y es que tuvo rey propio. También, dada su situación
poco accesible, parece que los franceses no pasaron por allí cuando invadieron
la península (al menos allí se puede leer en una placa).
Cuando se llega a
Patones te recibe la antigua iglesia de San José. Ahora es un punto de
información turística, pero conserva una pequeña capilla en la que se encuentra
la Virgen de la Oliva.
Me llamó la atención que la imágen mostraba sus pies
descalzos y, más aún, que el dedo meñique de su pie derecho era bastante más
pequeño de lo que debiera para un pie bien proporcionado (en cambio el pie
izquierdo no presentaba ninguna 'anormalidad'). No sé si quiere significar algo
y que simplemente el artista que la talló tuvo algún problema al tallar este
pie. El caso es que resulta curioso.
Antes de dar un paseo
por el pueblo decidimos ir a caminar por los alrededores. Más concretamente se
trataba de echar un vistazo a la especial número uno de la prueba en la que
Miguel participaría al día siguiente. El recorrido era prácticamente circular y
de dos kilómetros, así que no había problema para las niñas.
Comenzamos por el
camido que sube a la era de pizarra. Es una subida prolongada pero sencilla
hasta llegar a la era que ofrece una vista preciosa de Patones.
Continuamos el
camino ascendiendo suavemente hasta llegar casi al punto de mayor altitud del
trayecto. Allí el camino se desdobla en dos: uno que sigue de frente y otro que
va hacia la derecha. Hay que tomar el camino de la derecha ya que como he
dicho, es una ruta prácticamente circular. Un poco más adelante el camino
ofrece otra preciosa vista de Patones metido entre montañas.
A partir de este
punto la ruta es prácticamente entera de bajada a excepción de alguna pequeña
subida.
Como he dicho, el trayecto no tiene ninguna dificultad a excepción de dos bajadas especialmente pronunciadas entre piedras de pizarra.
Estas dos
bajadas fueron un poco complicadas de bajar para las niñas, pero para eso
tienen un padre suficientemente hábil y fuerte. Es un precioso recorrico del
que se puede disfrutar del paisaje de la sierra y de toda la gama de colores
que la naturaleza ofrece en esta época del año.
Hay otras sendas marcadas para hacer por la zona y de las que se puede obtener información en el punto turístico de Patones.
Tras el paseo nos
fuimos a comer a La Terraza de Patones. En el pueblo hay un montón de preciosos
restaurantes, de hecho son estos establecimientos los que han conseguido hacer
resurgir de sus cenizas a este pueblo. Nosotros elegimos éste porque ya lo
conocíamos y su relación calidad-precio nos parece buena.
El día había amanecido
amenazante, de hecho nos habían caído alguna finas gotitas durante nuestro
paseo, pero fue durante la comida cuando finalmente el día se decidió a
llover... ¡¡y menudo aguacero!!... ni los truenos faltaron a la cita. Nosotros
estábamos perfectamente resguardados y a gusto en el restaurante, así que
alargamos la sobremesa hasta que finalmente la tormenta remitió.
A la larga nos vino
fenomenal que se pusiera a llover porque tuvimos la ocasión de dar el mejor
paseo que se puede dar por Patones: teníamos el pueblo vacío (cosa dificilísima
tratándose de un sábado).
Con la pizarra mojada
Patones nos ofreción una de sus caras más bonitas. La sensación de frescor y el
olor a tierra mojada hicieron del tránsito por sus calles un auténtico placer.
Callejear por el pueblo te va descubrindo sus preciosos rincones.
También bajamos al
lavadero, punto de encuentro principal de las mujeres que en una época poblaron
este lugar.